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"Pudrite, Matías": Un cuento de Sole Lavalleja sobre el miedo, el desamor y el cumpleaños de Bécquer



"Yo solo te estoy escribiendo un mail, que no podés quemar pero podés borrar. Un click frente a una llama. Suena desparejo. Pero para equipararlo te propongo que hagas un incendio digital. Que borres mi teléfono, mi dirección y todos nuestros mails. Que dejes de seguirme en cuanta red social usemos. Que me bloquees"


Te tenés que quedar diez días encerrada, me dijo el médico, cuando le describí, con dudosa exactitud, el encuentro que tuvimos, Matías. Si estuvieron muy cerca y sin barbijo y su mujer dio positivo, es muy probable que vos también tengas COVID.


Ni siquiera te puedo definir como mi exnovio, Matías; sos solo una reiteración que no logro asumir como un vicio.


Cito a esa banda que te gusta tanto: “Hay una especie de simbiosis, lo dijo mi psicóloga…”. Y la cito porque, aunque ahora la odie, aunque no pueda separarla de vos y de esa carita hermosa de nenito insolente y satisfecho que ponés cada vez que suena en el auto y cantás; mi psicóloga me lo dijo enserio y la mandé a cagar.


No hay ninguna simbiosis: solamente soy una pelotuda, solamente.


Seis meses sin vernos, Mati; seis meses mordiéndome el labio para no hablarte; seis meses diciéndote no, Mati, ya no da que nos sigamos viendo, vos tenés novia, se están por mudar juntos, no podemos seguir encontrándonos para caer siempre en el mismo telo pedorro al que íbamos cuando éramos pendejos y vivíamos con nuestros viejos ¿Qué queremos recuperar? ¿Yo qué quiero recuperar?

Seis meses de autocontrol para verte y que me pegues COVID, la puta que te parió, Matías.


Tu nueva noviecita te lo pega porque se lo pegó rompiendo la distancia andá a saber con quién y dónde. Vos me lo pegás a mí y, por lo cerca y lo mucho que estuvimos, la carga viral es alta. Es perfecto. Es como Romeo y Julieta convertida en trío, y con una muerte lenta. Más para una serie.


¿Sabés que soy paranoica e hipocondríaca, no? ¿Y que después de verte me hice la nostálgica y me vine a pasar unos días a Necochea, a la casa de la familia? ¿Sabés que ahora, desde que me mandaste ese mensaje me tengo que quedar diez días encerrada? Acá, donde se murió mi abuela ¿Sabías eso? Acá, donde no vengo desde entonces.


¿Te acordás que a veces tengo pensamientos demasiado mágicos y asocio una cosa con la otra y de repente estoy prediciendo catástrofes o milagros? Dejá de hacerte la cabeza, me lo debés haber dicho unas doscientas veces en los once años que hace que nos conocemos.


¿Sabías que desde que nos vimos la otra semana no hice otra cosa que escribir poesía Escribí, escribí y escribí como ¿Sabías que en el calendario de artículos para la revista hoy me tocaba escribir sobre Bécquer? Hoy es su cumpleaños, 17 de febrero.


Dejame que te cuente algo: el tipo se murió a los treinta y cuatro años de una enfermedad respiratoria ¿Te acordás cuántos tengo yo, Mati? Copio y pego de la página de la OMS la descripción de la enfermedad que le quitó la vida:


“La tuberculosis se transmite de persona a persona a través del aire. Cuando un enfermo de tuberculosis pulmonar tose, estornuda o escupe, expulsa bacilos tuberculosos al aire. Basta con que una persona inhale unos pocos bacilos para quedar infectada”.


Cambiá “bacilos” por coronavirus, es una odiosa coincidencia. Porque además él también se pasó la corta vida escribiendo e intentando conseguir reconocimiento, cariño, qué se yo.


Treinta y cuatro años; un pibe como nosotros. De convivir en la misma época y en la misma patria seguramente lo habríamos cruzado tomando vino y leyendo sus poesías en alguna terraza. Si fuese ahora, en alguno de esos encuentros literarios a los que vamos a comparar cuán peores o mejores somos que los otros hipsters escritores que después abrazamos diciéndoles: adoré ese poema, tan duro, tan enojado con el mundo.


Bueno, abrazábamos. Porque ya no podemos abrazar más. Aunque nosotros lo hicimos, y quizás fue una buena despedida.



Buscá una imagen de Bécquer, Mati, y decime si hoy no está lleno de poetitas que recién empiezan y que son más actitud y ganas que dedicación y trabajo, que ponen en ese bigotito tanto anhelo de trascendencia que da entre bronca y ternura verlos. Se creen tan vintage, pobrecitos.


Pero a todos nos pasa, Mati. O a nadie le pasa, en realidad. La trascendencia, digo. Todos escribimos lo mismo, todos ponemos una palabra atrás de la otra porque escribir en verso parece más fácil que hacerlo en prosa. Porque es gratis. Porque parecemos profundos y en un par de versos nos sacamos de adentro lo que nos pasa, consiguiendo cierto estado de gloria. Quizás solo por eso valga la pena. El problema es que parece que estamos escribiendo grandes cosas, pero no, seguramente no, y solo vamos a pasar vergüenza. Solo vamos a gastar hojas y hojas imprimiendo libros que nadie va a comprar. Treinta palabras por página, en el medio, con grandes márgenes, algún dibujo. Un desperdicio. Por eso no imprimo nada.


¿Soy autocrítica o solo soy insegura?


La fama de Bécquer llegó cuando estaba muerto ¿Sabías? Sus amigos hicieron un rejunte de sus textos y los imprimieron. Me gusta pensar que fue por lástima. Y culpa, una culpa enorme por abrazarlo después de una lectura y mentirle sobre sus poemas. Que les encantaban, que eran tan románticos, puro sentimiento


Me quedan diez días por delante, Matías; acá, en esta casa donde murió mi abuela, donde no vengo desde entonces ¿No te parece oportuno? Llegar después tantos años de haberlo evitado y obligadamente tener que encerrarme; verte a vos después de seis meses y que justo hoy me digas que ojo, que me fije, que Catalina dio positivo ¿No te parece oportuno? 17 de febrero y el cumpleaños Bécquer.


¿Sabías que la tuberculosis era una enfermedad considerada elegante en el siglo XIX? Googleando también descubro que le dicen “la enfermedad romántica”.


A decir verdad, no está del todo comprobado que Gustavo Adolfo Bécquer haya muerto de tuberculosis, o al menos solamente de tuberculosis. Al parecer había hecho un viaje en carreta donde pasó mucho frío y eso lo terminó de matar. Un tipo de treinta y cuatro años, en 1870 era un tipo grande.


Creo que vos y yo, alguno de nosotros, no somos maduros todavía. Éste se estaba muriendo de viejo y yo no puedo pagar el alquiler si no me ayuda mis padres.


No quiero tener el más mínimo síntoma, Matías. No quiero hacerme la cabeza. No quiero culparte ni odiarte. No quiero enfermarme. No quiero morirme sola. No quiero morirme a los treinta y cuatro años. Pero tampoco quiero verte más.


Parece que en sus últimos días Gustavo le pidió a su amigo, el poeta Augusto Ferrán, que quemara las cartas que guardaba en secreto. Le dijo que serían su deshonra, ser leídas.


Yo solo te estoy escribiendo un mail, que no podés quemar pero podés borrar. Un click frente a una llama. Suena desparejo. Pero para equipararlo te propongo que hagas un incendio digital. Que borres mi teléfono, mi dirección y todos nuestros mails. Que dejes de seguirme en cuanta red social usemos. Que me bloquees.


Está claro que ya no voy a llegar a escribir para la revista. Dejé todo para el último momento y ahí apareciste vos con tu mensaje buena onda en la forma, culposo y siniestro en el contenido.


Como para que lo entiendas, y para igual hacerle honor a la fecha, me despido en palabras de Bécquer:


Te digo adios, y acaso, con esta despedida,

mi mas hermoso sueño muere dentro de mí.

Pero te digo, adiós para toda la vida,

aunque toda la vida siga pensando en ti.


Chau. Pudrite, Matías.




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